~ Never give up, for that is the place and time that the tide will turn. ~
Harriet Beecher Stowe


miércoles, 13 de agosto de 2008

Hubo una vez




Sí, así empieza...

Hubo una vez una niña muy bonita y radiante a la que siempre le gustaba jugar y con todo el mundo. Ella simplemente malabareaba la vida.

Solía salir a jugar en el campo todas las tardes con sus amigos: a la pelota, al escondite, a la rayuela, al policía y ladrones, a contar chistes e historias tenebrosas hasta que un día vio un niño. Era un niño diferente, uno nunca visto. Se pudieron ver muy brevemente pero el breve lapso no impidió que ella pudiese verle bien la cara. Él le había regalado una media sonrisa y una mirada que fueron intensas.
Desde ese día tuvo mucha curiosidad por saber quién era. Era nuevo de por ahí. Y al día siguiente la niña, muy determinada en sus proyectos diarios, había descubierto dónde él vivía.
Daba la casualidad que la ventana del cuarto del niño tenía vista a un campo muy bonito. De manera que ella todos los días aprovechaba e iba a hacerle señas de bajar a jugar con ella. Él nunca salía. La miraba desde su ventana. Y ella seguía yendo día tras día. Ella no se rendía. Se quedaba en ese campo frente a él, jugando sola, haciendo tonterias para hacerle sonreir. Así, poco a poco fue perdiendo los amigos que tenía puesto que ella quería pasar sus tardes con ese niño aunque el no se atreviera a pasar esa ventana de cristal que los separaba. La niña iba en verano, en otoño, en invierno y en primavera. Bajo la lluvia, bajo la nieve, bajo el sol. Nada ni nadie la detenía. Incluso cuando los demás le decían que era una locura o se lo impedian, ella ideaba algun subterfugio y conseguía verle.
Algo parecía perturbar ese pobre niño, ¿Por qué diablos no salía de esa casa nunca? ¿Acaso tenía miedo de mojarse por la lluvia? ¿De congelarse por la nieve? ¿De quemarse por el sol? Ella se lo preguntaba todos los días. ¿A lo mejor hasta tendría miedo de ella? No sabía qué tenía pero sí suponía que era un miedo a algo, porque ganas parecía tenerlas.
Todas estas preguntas le perturbaban la mente feliz que un día tuvo. Poco a poco iba perdiendo su luz, pero eso no impidió que los años pasaran y ella siguiera visitandole. Hasta que...

Hasta que un día nunca apareció. Por primera vez no había aparecido. Y era una tarde espectacular con un sol cálido que pintaba todas las cosas de color dorado y rojizo. Ese día el niño se preocupó. Estuvo inquieto por mucho. Y al fin tomó una decisión. Salió a buscar la niña que siempre le había aportado alegría en esos últimos años. Buscó su casa con intuición puesto que solamente la veía llegar siempre por el mismo lado del campo. Siguió los rayos del sol que lo llevaron a una casita de madera cerca de un lago. La puerta estaba entreabierta...y la encontró.

Ella estaba tirada en el piso. Al fin, después de tanto tiempo podía mirarle detenidamente el rostro, el rostro que él había visto de lejos por más de mil días. Luego, le tomó los brazos. Ella seguía sin moverse. Él le decía: “Despierta, despierta!...Estoy aquí para que juguemos! Despierta!”. No había reacción alguna por parte de la niña. Lamentablemente lo que temía había sucedido. La niña había muerto y él no lo quería creer y mucho menos dejarla ir. No pudo hacer otra cosa más que llorar y tomarla en sus brazos desesperado. Había llegado tarde.
Y mirando a su alrededor, se percató de los paquetes que habían por toda la casita de madera. Tomó un paquete pequeño en la mano y leyó: "Para: el niño de la ventana – De: la niña del campo". Y así estaba escrito en todos. El lugar estaba lleno de obsquios para él, regalos que había guardado ella seguramente para cuando se ubiesen visto de cerca.
Viendo los rayos del sol a través de la ventana que indicaban el lago, decidió tomarla en sus brazos, se metieron en la barquita de la orilla, él remó hasta el centro del lago y la hizo reposar en él. Las lágrimas del niño estaban tan repletas de remordimiento que al caer encima del cuerpecito flotante de la niña, la dejaron caer al fondo del lago. Y se despidieron. Los niños se despidieron.

Sus regalos, los habría abierto en cada cumpleaños. Siempre la recordó y la mantuvo presente en él. Había encontrado paz en los regalos que ella le había dejado ya que siempre llevaban cosas y palabras mágicas que lo acompañaban en momentos difíciles. El niño se volvió hombre pero ella, quién le ayudó a salir de su letargo y a tener coraje de enfrentarse a la vida, siempre mantuvo vivo el niño dentro de él. Y así en otra dimensión, siempre juntos jugaron.

Pero por qué el niño estuvo encerrado todos esos años... eso es algo que nadie nunca supo.

- Swan

1 comentario:

Neverknowsbest dijo...

A lo mejor estaba enfermo o algo y los padres no le dejaban salir.